Algún día, decidirían matarlo. Era imposible saber cuándo ocurriría, pero unos segundos antes podría adivinarse. Siempre lo mataban a uno por la espalda mientras andaba por un pasillo. Pero le bastarían diez segundos. Y entonces, de repente, sin decir una palabra, sin que se notara en los pasos que aún diera, sin alterar el gesto…podría tirar el camuflaje y ¡bang!, soltar las baterías de su odio. Sí, en esos segundos anteriores a su muerte, todo su ser se convertiría en una enorme llamarada de odio. Y casi en el mismo instante ¡bang!, llegaría la bala, demasiado tarde, o quizá demasiado pronto. Le habrían destrozado el cerebro antes de que pudieran considerarlo de ellos. El pensamiento herético quedaría impune. No se habría arrepentido, quedaría para siempre fuera del alcance de esa gente. Con el tiro habrían abierto un agujero en esa perfección de que se vanagloriaban. Morir odiándolos, esa era la libertad.
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1 comentario:
Un gusto compartir este texto, corrosivo para las instituciones que tienden a ocultarlo, pero aca estamos nosotros, para leer y ser leidos. Este fragmento me lleva inmediatamente a "el proceso" de Kafka. A seguir disfrutanto, sabiendo siempre que seguimos muriendo.
Augusto Hortensius
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