20 de noviembre de 2009

Decime



Las sensaciones ascienden por las patas de la silla
por el respaldo, madera osmótica
sus astillas encuentran los poros
en una cópula perfecta.

La pantalla del televisor
una pecera para medusas de tinta negra
con pupilas de cocainómano
que hacen un festín con mi voluntad.

Sé que te gusta usar tu ninfomanía
como un perfume más
pero los insectos
ya comenzaron a pudrirse en la heladera

Semen y tierra
saliva y escamas
vas a venir nadando
y me vas a encontrar…

Ahogada.


14 de septiembre de 2009

REW

¿Alguien podría decir
cómo se siente estar cerca
del estanque que hunde su agua verde
en la espalda de la bestia dormida?

No

Sólo yo

Sólo yo, que cargo huesos pulverizados
y una piel que no sabe reír
ni agota ese vómito vacilante
de manchas azules que nadie sabe leer

Así que voy a apagar la luz
y a planear sobre las baldosas marrones
para transfigurarme en un golpe aéreo
en una cicatriz de acero, en huellas de fuego

Es que a veces, simplemente
soy demasiado idiota.

11 de agosto de 2009

3 de agosto de 2009

De cuerpo presente

Remontar el barrilete
en esta tempestad
sólo hara entender
que ayer no es hoy
que hoy es hoy
y que no soy actor de lo que fui

(Divididos - Spaghetti del rock)


Si se trata de comenzar a saborear de qué se trata vivir

todos deberíamos saber cuán descartables somos
y si se trata de poder descansar
dormir, morir o lo que sea
yo debería aprender a asfixiar la risa
cuando lo que está pasando deja de ser gracioso

Si los límites del cuerpo
se tensan para jamás volver a ser territorio fértil
y olvidan cuál es el agua que no está envenenada
es que ya ha llegado el momento
el día, la hora o lo que sea
de emprender para siempre el camino de la herejía

Y dejar atrás sólo paisajes desfigurados
por el irresistible poder de la cobardía.

20 de julio de 2009

8 de julio de 2009

¿Qué hago acá?

Un día cualquiera
soñé que tenía diecinueve años
y que era hermosa

Escribía todo lo que quería tener
en hojas de papel verde agua
unas horas después
las letras vivían
(el mecanismo no fallaba jamás)

Tenía espejos
en las palmas de las manos
nadie veía mi rostro
excepto yo

Era tan hermosa

Lo soñé un día cualquiera
y recuerdo que ese día
el viento vino desde el sur

Y me desperté
cuando estabas metiéndome la cabeza
en aquel balde con agua.

5 de julio de 2009

20 de junio de 2009

Sokuon

La cárcel de los alambres de cobre
y el bozal de oferta
conspiran para izarme
al frustrante altar del eco

Es que las treguas son tan vulgares
como el blanco de sus banderas
son tan baratas
como las canastas de cabello trenzado

Y ya no confío en mi amnesia
ni en el temblor de mis manos
volverán a elegir la huida
cuando yo decida quedarme

Mientras el deseo encapsulado
concentrado, latente
doblado setenta veces sobre sí mismo
busca la coordenada exacta

Para comenzar la construcción
de una catástrofe universal
con el mismo material
del que están hechas las renuncias.

24 de mayo de 2009

Tomate un ácido noventoso

Cuando el viento aplastó mi brazo derecho contra el poste de madera, dejé de sentir todo excepto las astillas. Como cuando un chupetín redondo se rompe bajo los dientes, exprimiendo puntitos de sangre en la viscosa pulpa bucal. La madera es de chocolate, pero duele igual.
En el fondo, suena un grito de enfermera psicótica. “Hay que extirpar… hay que extirpar”.
¿Por qué tenía la boca tan seca? La había tenido abierta demasiado tiempo, diciendo cosas de más en medio de una tormenta de arena. Te doy un consejo: cuando te digan que te calles, hacé caso.
No quiero saber qué carajo me pasa, doctor. Solamente diga si me voy a salvar. Y qué pastilla tengo que tomar. ¡Hey, ustedes!. Vengan y díganme qué es lo que tengo que hacer. Antes de que la arena y las astillas de chocolate nos tapen a todos.

21 de mayo de 2009

17 de abril de 2009

Inseguridades

Una batalla entre el bien y el mal se libra en el territorio de la taza de té, mientras la llama de butano del encendedor se multiplica en miles de lenguas anaranjadas a través de las ventanas redondas, que vistas desde afuera le dan a mi casa una apariencia de edificio con anteojos. El mío es un hogar miope.
“Me dijo que todo el tiempo se estaba comparando con otras minas. Y que se sentía en desventaja el 70 por ciento de las veces. Era una compulsión que le barnizaba los ojos. ¿Qué podía hacer yo para cambiar eso?”.
Las llamitas se apagan, besando a sus correspondientes cigarrillos. Mi casa sigue siendo miope, pero esta vez las ventanas-ojos de buey se lanzan encima de mí, abonando una nauseosa claustrofobia. Me levanto y la silla hace mucho ruido. Hago girar el picaporte y estoy afuera tan rápido que casi no me doy cuenta. Hasta que ensayo una media vuelta y miro hacia los anteojos ambarinos, que ahora parecen la mirada de un perro manso. Comienza el fin del agobio.
“Soy la mujer cucaracha, me decía. Se reía. Y a mí me daban unas terribles ganas de putearla…”
Paso al lado de Suárez y lo saludo sin mirarlo. La brasa roja (que ahora es sólo una y le corona los labios) se mueve en respuesta, al compás del gruñido mascullado que me lanza. Sigo caminando sin mirar atrás, preguntándome si él sabrá que aquella vez lo vi tanteando el terreno blando bajo la pollerita verde de su hija. No me asquearon los aromas incestuosos, simplemente me pareció horrible el contraste entre la piel marrón y lustrada de esa mano y el algodón moteado de venas de aquellas piernitas blancas. ¿El abuso de menores será repugnante por su naturaleza moral o por su irreparable atentado a la estética? Vaya uno a saber.
“Ella pensaba que lo que decía me parecía simpático. O quizás pretendía darme pena, que se yo. Pero mis sonrisas de fachada boba sólo servían para ocultar dientes apretados”.
-No debería salir a esta hora- le dice Suárez a mi espalda.
Me detengo
-¿Qué?
-Que no debería estar afuera tan tarde. ¿No se enteró de lo que le pasó a esa chica anoche?
-Ah… ¿la estrangulada?
- Sí, esa misma
- Eso no fue un robo. La pelotuda seguramente hizo enojar a algún macho.
Antes de darme vuelta y seguir, alcanzo a captar un ángulo del desprecio relampagueante que cruza la cara de Suárez. Hay tantas cosas que no sabe, el muy hijo de puta.
“Hasta que un día no pude más. Estábamos cenando en una especie de bodegón, de esos que sirven platos riquísimos desafortunadamente condimentados con un público de comensales que exhalan esa ofensiva vibración de bohemia elegante. Ella se levantó al baño y, cuando volvió, tropezó con uno de los mozos. E, inmediatamente después, le dedicó un gesto coqueto tan evidente que me pareció obsceno. No sé por qué, bajé la mirada inmediatamente y me vi las manos. Inmediatamente, supe qué era lo que tenía que hacer”.
Amanece mientras doy vuelta la esquina. Casi puedo imaginarme los ojos rodeados de bolsas hinchadas y amoratadas que me van a mirar con burocrático tedio cuando llegue a destino. La siempre presente relatividad de lo extraordinario. Para ellos, lo que está a punto de pasar es lo más común del mundo. Aunque al menos me permito el lujo de rasgar un poco el velo de la rutina cuando lanzo una carcajadita espasmódica al darme cuenta de que, efectivamente, dos ojos hundidos en sendos montículos de piel violácea se están elevando hacia mí.
-Buenas noches… o más bien buenos días- digo -Soy el que mató a Lucía Carrasco.

6 de abril de 2009

Morning sickness

Cielo blanco, cielo escrito
las nubes aún ignoran
los cables negros que corren entre ellas

Día recién nacido, día de los muertos
sobre la ciudad de los hombres quietos
la única belleza que existe
es la del barro amando las suelas de sus botas

Y la de las drogas opacas y los huesos líquidos
tejiendo capullos alrededor de las espaldas
y corazas inmunes a las brasas de mi cigarrillo

(¿Qué pasaría si le vendiera mi cuerpo
a la bruma gris de los confines de este mundo?)

19 de marzo de 2009

M.I.A.

Just remember when you think you’re free
The crack inside your fucking heart is me

(Marilyn Manson – The Speed Of Pain)



Ella se sienta en la mesa de patas leoninas. Nudos de madera, hay raíces dentro de la casa, unidas por la trama nacarada de telas arácnidas, vacías, muertas. Soledad libre de insectos.
Una voz de mujer rasga el papel del aire oscuro. No hay una correlación mecánica del sonido dentro de su boca, pero el monólogo sigue desmadejándose, como hilos azules. Como fantasmas de cucarachas. Volando colgadas de sus élitros de ectoplasma marrón. Una sobrenaturalidad inmunda.
Hay una tristeza horrible flotando en mi sangre. ¿Te das cuenta? ¿Me escuchás, hijo de puta? Ya estoy cansada de que me cagues.

Tengo miedo
Las despresurizaciones súbitas de la electricidad estática orgánica desatan un desbalance líquido y oleoso en las volutas de su autopercepción. No existe cura para el extrañamiento aversivo del propio cuerpo, sólo paliativos en forma de suicidios del espíritu, a razón de dos o tres por día.
Acaba de volver a verla. O no exactamente, más bien a presentirla dentro de cada uno de los pequeños bultos que se le erizan instantáneamente en la piel. Cierra los ojos y, ahora sí, la ve nadando entre la noche de sus párpados. Un pequeño súcubo con su mismo rostro.
Decidida, se lanza hacia adelante. Alas batientes de pestañas la sostienen en su impulso, que va a morir sobre esa sombra humillada que jamás se separa de ella. Llegó el momento de rendirse enviando un último telegrama hacia la nada.
Pasado imperfecto por exceso de presencia. Stop.

4 de marzo de 2009

28 de febrero de 2009

Dos

Él no escucha
nunca escucha
sigue subiendo
por las escaleras ambarinas

Es el protagonista
de viajes fantásticos
a lomos de polillas negras
o ranas con pies de metal

A veces vuelve
para pedirme un cigarrillo o dos
no quiero mirarlo
no puedo
porque
se va
otra vez

Y no escucha
nunca escucha
cuando le digo
que en algún rincón
de cualquier armario
entre cadáveres tallados en naftalina
un planeta desierto
y quizás radioactivo
cuelga del extremo
de una cadena de oro blanco.

2 de febrero de 2009

Nena

–¡¡¿Pero qué hiciste, puta de mierda?!! – gritó mientras las venas de su cuello mutaban en ramas rojas.
No me moví. Él seguía aullando como un animal lastimado. En el suelo de cemento de la terraza, un manojo de maderas chamuscadas eliminaba sus últimos hálitos de humo. Seis cuerdas con el entorchado ennegrecido y sus correspondientes clavijas de metal enhollinado eran lo único que subsistía de su Gibson SG 1976.
Elevé los ojos sin levantar la cabeza. La guitarra masacrada a mí también me causaba una pena tremenda (nada que hacer… el masoquismo a veces viaja por el canal de parto de la venganza), pero sólo me limité a hacer un gesto que sumaba la dulzura de la satisfacción más cruel a la arena de la pura hostilidad.
En un movimiento que no pude esquivar, él me agarró del brazo y me arrastró por la escalera. Gritaba cadenas de insultos tan bien engarzadas que mi entendimiento no podía atraparlas.
Cuando llegamos al dormitorio, me empujó sobre la repisa que hacía las veces de licorera (siempre insistí con ponerla ahí y no en el living, ya que los borrachos somos egoístas, y tener el alcohol a la vista es el camino directo al convite). Al chocar, alcancé a tomar una botella de cabernet y con un latigazo braquial casi inhumano, la hice estallar contra el borde de la cama. Una lluvia carmesí de gotas ácidas se dispersó en la habitación, mientras trazaba una línea en mi muslo izquierdo con el vidrio roto.
Las serpientes sanguíneas comenzaron a brotar, copulando con el vino que corría entre mis piernas. Él reposó brevemente en un silencio lleno de respiraciones pesadas, que duró hasta que sus manos se dispararon hacia mi cadera y sus dientes hacia mis labios. Caímos sobre la cama, con la piel ahuecada de dedos y la química del sudor alterándose con la sangre alcoholizada que ahora nos manchaba a ambos.

Me desperté al sentir que algo me quemaba insistentemente la mejilla izquierda y abrí los ojos bruscamente para chocarlos contra un sol blanco y espantoso que me hizo rechinar los dientes al instante. Debía ser cerca del mediodía y ni siquiera recordaba cuándo ni cómo me había quedado dormida. El cinturón (aún lo tenía puesto, fetiche al fin) me clavaba sus tachas cuadradas en la piel del estómago y sentía un pesado dolor en el hombro derecho, cuyo brazo correspondiente había quedado doblado debajo de mi, soportando la punzada de las costillas.
Cuando me incorporé en la cama, lo vi. Estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Me miraba con una furia densa, explosiva. En su muñecas, las venas abiertas regaban sangre (¿o era vino?) sobre la alfombra sucia y los vidrios rotos. Pasé caminando lentamente a su lado, sin mirarlo, y entré al baño.
Dejé correr el agua y me senté en el suelo de la ducha, mientras la monotonía de la precipitación mecánica caía a mi alrededor. Sintonicé los oídos en esa frecuencia percutiva, tratando de apagar a la razón. Cerré los ojos hasta que me comenzó a doler el rostro, correspondiendo con un desfile de manchas lumínicas estallando detrás de mis parpados. Negro y azul. Agua y sangre. Ruido blanco.
Luego de salir de la ducha y vestirme, llamé a una ambulancia, mientras lo miraba desde el amanecer de mi ausencia. Él ya no parecía tan furioso. O quizás sí, ya no lo recuerdo exactamente. Dos minutos después, me fui dejando la puerta abierta.

Un mes después, un amigo en común me contactó para darme la noticia. Lo habían encontrado con la cabeza adentro del horno. Asfixiado. Estaba recostado en una almohada, según me contó. Ese detalle me arrancó una sonrisa, que se convirtió en una carcajada que precipitó la huida del circunstancial mensajero.
Me serví una copa de vino (syrah esta vez) y me recosté en el sillón. Mojé los dedos en el líquido y me los llevé a los labios, mientras recordaba la última imagen que me había quedado de él. El color rojo, los aromas voluptuosos, la ira de plomo en sus ojos. Mi mano abandonó lentamente la boca para deslizarse suavemente hacia la exaltación cálida que aguardaba más abajo.

26 de enero de 2009

4 de enero de 2009

But all the drugs in this world won't save her from herself...



Gottfried Helnwein - The Golden Age (2003, de las sesiones para el
arte de The Golden Age Of Grotesque, de Marilyn Manson)