– ¿Todo bien?
– Si, Iván, todo bien
– Mirá, Mile…yo no quiero que…
– ¡Mileeee! ¿Me dejás subir a la moto?
Milena reunió su atención y la disparó directamente sobre Galo. Prefería cualquier cosa antes que averiguar de qué manera Iván pensaba completar su oración. Necesitaba algo que cortara urgentemente con el cordón que le apretaba el torso y le contraía los pulmones. Alzó al pibe por debajo de las axilas, mientras él se reía entre dientes y le decía que le hacía cosquillas, y lo sentó en el asiento de cuerina. Se quedó mirándolo con una sonrisa que se desmayaba de a poco.
– Sos hermoso, Galo
De repente, para Milena, el rostro del nene tomó las cualidades de una máscara de esmeril. Ella lo veía. Pero no. Era hermoso. Igualito a su papá.
Galo hizo un ruidito húmedo con la nariz y giró para mirar a Iván por sobre su hombro.
– Tengo mocos, pa.
Iván palpó sus bolsillos con la teatral pereza de quien sabe que están vacíos. Milena inventó una señal inexistente, hurgó en su bolso y sacó un pañuelo que restregó con suave decisión en la nariz pecosa de Galo.
– Tomá, guardatelo – le dijo Milena al pibe, inclinándose hacia su oreja. –Me lo devolvés otro día que venga de visita.
Milena levantó la cabeza justo a tiempo para alcanzar a captar la puntita de la marea de descarado fastidio que abandonaba el rostro de Iván. El cordón tenso que le ceñía el cuerpo cayó ahora súbitamente hasta sus tobillos, anudándoselos. Sin abrir la boca, Milena bajó a Galo de la moto, lo depositó en brazos de Iván, le dio un beso fugaz a cada uno, se sentó y accionó el arranque. Cuando la envolvió el ruido del motor, quiso dejar de temblar. No pudo. Sólo consiguió la fútil victoria de controlar su cuello para que no girara hacia atrás.
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Galo caminaba de la mano de su papá, arrastrando los pies, que hacían un ruido gomoso contra las baldosas de la vereda. Sintió una gota en la frente y después otra. Miró hacia arriba, y una gota más le cayó, derecha y directa, adentro del ojo.
– Pa…está lloviendo.
– Ya sé. No importa, en un ratito llegamos.
Galo volvió a moquear, y se sacó del bolsillito lateral de la bermuda el pañuelo de Milena. Se sonó con un estruendo mojado y se quedó mirando el trocito de tela. Después, levantó la cabeza y comenzó a olfatear el aire, exactamente como lo haría un conejo. Volvió a llevar los ojos hacia el pañuelo.
– Pa
– ¿Qué pasa?
– La lluvia. Olela. Es como Mile.
– ¿Qué?
– Que la lluvia tiene el mismo olor que Mile, pa.
Iván posó la mirada en el pañuelo que Galo sostenía en la manito derecha. Lunares rojos. Fondo blanco. Salto atrás, años atrás. Noche, sábanas arrugadas y una bombacha con lunares rojos sobre fondo blanco.
Entonces soltó de repente, pero con deliberada suavidad, la mano de su hijo.