5 de agosto de 2007

Enrique Symns - Carta a la Negra Poly

Es una curiosidad que tengo: saber si el que se equivoca, el que hace daño, el traidor, el "malo" tiene conciencia de estas palabras cuando adjudica una explicación a su conducta o si en realidad cree todo el tiempo estar "haciendo las cosas bien".
Las personas que no tiene válvula de seguridad, es decir de controlar y verificar la eficacia o error de sus acciones, formas ajenas a su aparato perceptivo y a su cuerpo de ideas, están peligrosamente locas. Y las personas que se miran con los ojos de los demás y se juzgan con los juicios de los demás, están desintegradamente deformes.
Conclusión: yo, que soy un tipo astuto, no me pasa ni una cosa ni la otra, siempre hago lo que se me canta y después me olvido la letra de la canción.

Haciendo revisionismo, me produce un enorme placer descubrir que todo lo que pensé, escribí o chusmé sobre esa negra bruja, loca, policía, mala, insoportable, peligrosa, manipuladora, traidora que es la Negra Poly (manager-babysitter-magnum de prensa-dictadora de los Redonditos de Ricota) hoy ya no lo pienso ni lo siento y me río de mi facilismo adjudicador y de esa costumbre maniática que tienen los significados que hoy significan una cosa y mañana otra.
Cuando impulsado por los andá-a-pararlos huracanados vientos de la violencia crítica les daba duro a los Redondos, después cuando me agarraban los momentos de bajón, me dolía haber escrito notas contra los "buenos muchachos" de la banda, los musiqueros, etiquetando a la Negra como la mala del film.
La Negra Poly - cuyo negror tiene más que ver con el color de la tez de su alma - independientemente de sus acciones fue una presencia fuerte y clara en los momentos claves de mi vida para mi maldita suerte o para mi bendita desgracia.
Esa Negra que conocí hace casi una década en un bolichón de la calle Cangallo casi Callao y que siempre me consideró o me vió como un hombre en la acepción más mágica de esa estúpida palabra. Hasta en los momentos picos de odio mutuo (porque sin odio, ¿de qué pasiones hablamos?) la Poly me hizo sentir la medida de una talla que probablemente yo no tenga, pero que tampoco cualquier gil que ande por ahí me demuestra fácilmente lo contrario, que en cuanto lo ves te das cuenta que el tipo es una zapatilla con carne crecida encima.

A Patricio Rey no le debo ninguna disculpa como nadie le debe nada a Cerdos & Peces, una y otra marcas registradas de proyecciones alienadas y engendradas con el más venenoso y sutil de los placeres, pero proyecciones al fin.
Ni tampoco a los artistas, quienes - como nosotros los periodistas - están para recibir las caricias del aplauso o las cachetadas de la crítica.
Ni tampoco a los lectores que creyeron o formaron parte de uno u otro bando en esta estúpida disputa de la culturita (las verdaderas disputas tienen sangre y mucha y pasan en las calles, en los valles, en las guerras, en los laberintos de la mente, en los torbellinos de los oscuros odios que se ocultan en el misterio de la vida) porque siempre aconsejé recordar que estas palabras o cualesquiera otras que están saliendo de la máquina de escribir o cualquier otra las escupe mandinga o el virus del hipotálamo o las musas o el tarado de Enrique Symns que aburrido por no saber manejar pistolas se pone a boludear, pero de ninguna manera yo a vos.
A la Negra Poly más que una disculpa o retractación (mariconerías de los modales de club de golf de los poetas) le debo el dolor del olvido. Más allá de las miserias, de los resentimientos y probables envidias, de los influjos, más allá de ciertos criterios y diferencias que aún sostengo con Patricio Rey, más allá de toda esa huevada ella siempre estuvo ahí.

Con el culo en la calle, peleando en el bar con 20 imbéciles cretinos para salvar a sarnosa fiera a punto de ir presa, con el duro culo que le permite bancarse el peor papel de la obra: el del malo, el del perseguidor, el del almacenero que hace los números, el que echa sobrebiamente equivocada o recibe con una errada humildad, malvadamente precisa o arbitrariamente pasional, eligiendo a veces con la mirada de la conveniencia que enseña la calle y otras con la pasión loca de una cabra bruja.
La calle, cualquier calle que quede lejos de tu jardín, una calle violenta o una calle gris te gasta la dulzura. Los arañazos del cariño te hacen esquivo. La mediocridad del mundo te hace odioso.
Por adopción, abandono, o decisión voluntaria el poder de Poly ha sido delegado y muchas veces confirmado por los integrantes de la banda.
En la mitología tebana (y creo que alguna vez lo he mencionado) el último dios engendrado por el panteón fue Goreg, el cerdo. Nació como el dios más despreciable cuando los dioses más poderosos y brillantes comenzaron a equivocarse. Goreg tenía que comerse sus errores para que ellos conservaran su incólume brillo. Pero Goreg pronto se convirtió secretamente en el más poderoso de los dioses cuando los maldijo: "Les exijo brillar! Cuidad lo que defequeis porque os lo haré comer nuevamente".

Amo a Goreg, el cerdo, y a esa niñez oculta en la fragilidad de una dura máscara. Creo que fue la última vez que nos vimos, al salir del Bar Británico (después de que Lalo Mir ofendiera mi estúpido eguito cuando me dijo que no había leído el reportaje que le hice, siendo que yo jamás escucho el programa que él transmite), cansado de esa implacable lucha que noche a noche se entablaba en ese bar y en cada encuentro, cuando salimos y la Negra me respiró un casi inaudible "gracias" en el oído, creo que fue ahí cuando me acordé de las botellas rotas, de las ventanas rotas; y un rato después en el bar Burroughs, Vera Land me hizo recordar con más claridad esa magia que le brota a la Negra, y me hizo acordar que en este país había 5 personas que estaban conmigo y que la Negra era una.
Con toda la humildad de un soñador que sabe con alegría que todo esto es sólo un decorado de un náufrago que dibuja señales que ni él comprende, te recuerdo y te quiero como una gran amiga.

Aprovecho esta oportunidad para saludar a Carlos Polimeni que nos encontramos al otro día de ése día en un bar y nos disculpamos por si acaso la estupidez de nuestras palabras había herido u ofendido a la estupidez que habita en nuestro cráneo.
A una maravillosa señora que conocí en Valeria del Mar, le ofrezco las lágrimas que me salieron por un instante en este rato, usted es un ser maravilloso independientemente del rol de madre y yo la recuerdo con el respeto que me merecen las personas que son en serio y no como a cualquier madre ni tampoco como la madre de cualquier hijo.
Y ya que está para quedar bien con todo el mundo, a los muchachos del Sí de Clarín, que pueden irse a la reputísima madre que parió el misterio de este universo que jamás existió.

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